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  • Foto: Eduardo Verdugo/Associated Press

    Hasta no verte Jesús mío, 1969

    Elena Poniatowska

    México

    ¿Por qué la elección?

    Antes de publicar La noche de Tlatelolco (1971), Elena Poniatowska (1932) una de las pocas mujeres con cédula de ciudadanía en el medio literario de los años sesenta en México, dedicó su primera novela a “los muchachos que murieron en 1968”, año de los Juegos Olímpicos y de aquella masacre perpetrada por el gobierno priista de Díaz Ordaz. Y si bien Hasta no verte Jesús mío no aborda este hecho, su contenido sí cobra mayor espesor a la luz de esa dedicatoria, porque las dos cosas remiten a una misma herida: el fracaso de la revolución mexicana y la progresiva imposición de un establecimiento igual de corrupto y déspota que el anterior.

    La vida de Jesusa Palancares, protagonista de la novela, trasunto ficcional de Josefina Bórquez (lavandera que la autora conoció en la Ciudad de México), reconstruye ese fracaso desde la mirada inconforme de alguien que no podía sentir más que enojo y rabia contra una sociedad hostil hacia las mujeres como ella: indígena, campesina, pobre. Soldadera descreída de la revolución, sobreviviente de las violencias que padecen las mujeres en el campo y en la guerra; más adelante joven viuda, sola y trabajadora en la metrópolis, Jesusa es un ejemplar enrarecido de las mujeres de su país, cuya extrañeza estriba en su particular rebeldía y combatividad.

    Por lo demás, ésta es la primera novela que señaló claramente un vacío ominoso en la épica de la revolución mexicana, donde solo brillaban los héroes masculinos, a saber: su triunfo no habría sido posible sin las mujeres; y aún parece insinuar algo peor: la desigualdad de género estuvo en la raíz de esa revolución, y en ese hecho se encuentra una de las claves de su fracaso.

    Ficha técnica

    “Después dije que no me dejaría y cumplí la palabra. Tan no me dejé, que aquí estoy. Pero ¡cuánto sufrí mientras me estuve dejando! Yo creo que en el mismo infierno ha de haber un lugar para todas las dejadas. ¡Puros tizones en el fundillo!”

    “Y desde entonces todo fueron fábricas y fábricas y talleres y changarros y piqueras y pulquerías y cantinas y salones de baile y más fábricas y talleres y lavaderos y señoras fregonas y tortillas duras y dale con la bebedera del pulque, tequila hojas en la madrugada para las crudas. Y amigas y amigos que no servían para nada, y perros que me dejaban sola por andar siguiendo a sus perras. Y hombres peores que perros del mal y policías y ladrones y pelados abusivos. Y yo siempre sola.”

    “Al final de cuentas, yo no tengo patria. Soy como los húngaros: de ninguna parte. No me siento mexicana ni reconozco a los mexicanos. Aquí no existe más que pura conveniencia y puro interés.”

    “¡Ah, el llorar es uno, pero la tristeza es otra! Es mala, no sirve, a nadie le importa más que a uno mismo. Yo lloro cuando tengo coraje, pero nunca he sido triste. Lloro porque no me puedo desquitar y me brotan las lágrimas de pura rabia. Necesito desquitarme a mordidas, a patadas, a como sea.”

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