Las malas, 2019
Camila Sosa Villada
Argentina
¿Por qué la elección?
El negro nunca es igual porque la luz lo cambia, dice Pierre Soulages, y sus telas rebosan de la inmensa diversidad del negro; de toda la luz que, dice él, emana del negro. Esa claridad, esa luz pictórica que resulta del negro y que sostiene la obra de Soulange se asemeja a la luz, ya no pictórica sino existencial, que emana de Las malas, de Camila Sosa Villada (1982). Criaturas de la noche, amparadas en la oscuridad, expulsadas de la luz, escondidas de la mañana, de la tarde y del día –y de sus inflexibles pautas y normas–, las travestis de Las malas irradian la luz que proviene de las sombras. Una luz hecha de afinidad y empatía, de festejo celebratorio, de autenticidad y de dolor, de mucho dolor.
Camila, autora, narradora y protagonista habla de ella y del grupo de travestis con el que comparte un tramo de su vida. Habla de las rondas del Parque Sarmiento de la ciudad de Córdoba, de los días de cuidado de sí mismas, de las otras y de un recién nacido abandonado y abrigado por ellas; habla del cuerpo, de sus cuerpos transformados, del trabajo sexual, de los clientes y de los amantes, habla de la violencia del padre, de la masculinidad coercitiva, cruel y excluyente y habla, mucho, de la solidaridad. Y hace todo esto con una prosa bella, eficaz y llena de símbolos. Sus resonancias garciamarquinas –a María le crecen plumas y se transforma en pájaro– habitan cómodas en un relato que demanda mucha libertad y vuelo y en una escritora que se apropia del lenguaje para “despedazarlo y hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias", un renacimiento, dice, "por cada cosa bien hecha en este mundo”, como esta novela.
Ficha técnica
“El miedo lo teñía todo en mi casa. No dependía del clima o de una circunstancia en particular: el miedo era el padre. No hubo policías ni clientes ni crueldades que me hicieran temer del modo en que temía a mi papá. En honor a la verdad, creo que él también sentía un miedo pavoroso por mí. Es posible que ahí se geste el llanto de las travestis: en el terror mutuo entre el padre y la travesti cachorra. La herida se abre al mundo y las travestis lloramos.”
[…]
“No. En realidad somos nocturnas, para qué negarlo. No salimos de día. Los rayos del sol nos debilitan, revelan las indiscreciones de nuestra piel, la sombra de la barba, los rasgos indomables del varón que no somos. No nos gusta salir de día porque las masas se sublevan ante esas revelaciones, nos corren con sus insultos, nos quieren maniatar y colgarnos en las plazas. El desprecio manifiesto, la desfachatez de mirarnos y no avergonzarse por ello.”
“No nos gusta salir de día porque las señoras de la buena sociedad, las señoras de peinado de peluquería y cárdigan de hilo fino, nos denuncian por escándalo. Nos señalan con sus dedos de arpías y nos convierten en estatuas de sal, prontas al desmoronamiento, a la avalancha de nuestras células desperdigadas como perlas de un collar arrancado de golpe.
No nos gusta salir de día porque no estamos acostumbradas, porque es imposible acostumbrarse al corsé de sus estatutos. Mejor quedarnos durmiendo, encerradas en nuestros cuartos, mirando telenovelas o haciendo nada. No hacer nada durante el día, borrarse del mapa de la producción, eso es lo que hacemos.”
[…]
“La Tía Mara era una porción de historia de nuestro país, la pornográfica y feliz historia de este país en que los hombres de bien trabajaron la tierra y los nietos de inmigrantes poblaron la patria, y todos ellos juntos, los gringos, los negros, los indios y los mestizos, todos esos hombres hubieran ardido en la hoguera pública por acostarse con una travesti. La Tía Mara llevaba ordenada cuenta de todos esos hombres que una vez, dos veces o más, por desesperación, por curiosidad, por secreto anhelo, no importa, se habían entregado a aquel cuerpo travesti. La Tía Mara llevaba registro completo de aquellas ocasiones y los esperaba a todos de nuevo en su pagoda travesti, con la tranquilidad de quien sabe que, para ciertas personas, es más difícil cambiar que morir.”