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  • Primera memoria, 1960

    Ana María Matute

    España

    ¿Por qué la elección?

    La primera entrega de la trilogía de “Los mercaderes”, Primera memoria, de Ana María Matute (1925-2014), se publica en la España tardofranquista y, en cierto modo, es un ejemplo paradigmático de la “Generación del 50”, cuyos autores –casi todos hombres con profundas preocupaciones políticas– debían prever la vigilancia del censor en su producción literaria, razón por la cual hacían peripecias para disimular contenidos críticos con envoltorios aparentemente neutrales, e incluso fingidamente complacientes con el régimen.

    En tal contexto surge esta novela de aprendizaje, situada en la época de la Guerra Civil, que narra el paso a la adultez de Matia, huérfana de madre y con un padre republicano que no recuerda, pero del que heredó su rebeldía e inconformismo; gracias a una voz profundamente personal, íntima, emocional, que la distingue de sus contemporáneos, Matute elabora un relato que evidencia los ambages de la España tradicionalista que legitimó el franquismo, sobre todo entre las clases altas.

    Tras el inicio de la guerra, Matia debe vivir en casa de su abuela Práxedes, aristócrata y matriarca de una isla del Mediterráneo casi despoblada de hombres: allí sólo viven mujeres que esperan, viejos más o menos desvalidos, niños y adolescentes abandonados a su suerte. En esa mansión venida a menos, la joven comparte los días con su primo Borja, varón con mentalidad de “heredero”, violento y calculador, ajeno a las presiones de las que es objeto Matia, aquellas normas sociales que pesan más sobre las mujeres que sobre los hombres: disposiciones sobre el cuidado del cuerpo y la apariencia personal, sobre la decencia, el pudor, la reputación y, ante todo, sobre la docilidad, la aceptación resignada de un supuesto orden de las cosas, al que Matia reacciona, hasta donde puede, con la “mala sangre” que corre por sus venas, desenmascarando íntimamente la brutal hipocresía, la soledad y la tristeza irremediable de los adultos, especialmente los de la España más conservadora.

    Ficha técnica

    “No sé si Borja odiaba a la abuela, pero sabía fingir muy bien delante de ella. Supongo que desde muy niño alguien le inculcó el disimulo como una necesidad. Era dulce y suave en su presencia, y conocía muy bien el significado de las palabras herencia, dinero, tierras. Era dulce y suave, digo, cuando le convenía aparecer así ante determinadas personas mayores. Pero nunca vi redomado pillo, embustero, traidor, mayor que él; ni, tampoco, otra más triste criatura.”

    […]

    “¿Será verdad que de niños vivimos la vida entera, de un sorbo, para repetirnos después estúpidamente, ciegamente, sin sentido alguno?”

    […]

    “«No soy una mujer. Oh, no, no soy una mujer», y sentí como si un peso se me quitara de encima.”

    […]

    “Se calló, haciéndose el misterioso y mirándome con toda la malicia que cabía en sus ojos.
    – Si yo hablase… ¿sabes lo que te pasaría?
    – ¿Y qué es lo que tienes que hablar, tonto? ¡Más cosas sé yo de ti!
    – ¡Bah, cosas de chicos! ¡Lo tuyo es peor! A ti te meterían en un correccional por pervertida.”

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