
Yasmina, 1902
Isabelle Eberhardt
Suiza
¿Por qué la elección?
Vestida con una imponente indumentaria masculina y parapetada tras el nombre falso de Si Mahmoud Saadi, la suiza Isabelle Eberhardt (1877-1904), con apenas veinte años de edad, arribó a la entonces colonia francesa de Argelia en 1897 y recorrió con libertad el norte de África. Abrazó plenamente la cultura árabe y en poco tiempo se convirtió al islamismo, integrándose a una comunidad sufí. En 1901, las autoridades imperiales la acusaron de espionaje y conspiración y la obligaron a salir de Argelia, solo para regresar un año después, casarse con un soldado árabe y dedicarse plenamente a la escritura de relatos inspirados en sus viajes, que firmó con nombres masculinos hasta su muy temprana muerte.
Entre todos estos escritos, el extenso relato titulado Yasmina, que Eberhardt alcanzó a publicar en vida en un periódico franco-argelino, es quizá el más conocido y, sin duda, el más acabado, además de ser el que mejor plasma la tensión –presente en toda la obra de la autora– entre una radical postura anticolonialista y una posición crítica frente a los elementos atávicos de la cultura árabe que, pese a todo, mantienen a las mujeres como objeto de múltiples violencias y desigualdades.
La historia de Yasmina resume de manera magistral la situación de las mujeres árabes durante las colonizaciones europeas: una joven beduina, prometida a un musulmán que espera juntar la dote para casarse con ella, se enamora de Jacques, un soldado francés que solo quiere disfrutar un romance carnal. Tras ser abandonada por Jacques –anteponiendo sus valores europeos a la idea de dejarlo todo por una beduina–, la joven sufre la violencia física y la humillación como castigo por haber perdido su virginidad con un rumí, además del desengaño propio convertido luego en rebelde ira. El final de Yasmina, prostituida y enferma en un burdel en el que otras mujeres (negras, moras, judías) sacian las apetencias de los colonos, culmina el relato de los estragos que generó el choque de dos culturas patriarcales.
Ficha técnica
“Un anfiteatro con las gradas recién desescombradas, un foro silencioso, avenidas desiertas, todo un esqueleto de gran ciudad silencioso, toda la gloria triunfante de los Césares vencida por el tiempo y reabsorbida por las entrañas celosas de esta tierra de África, que devora de modo lento pero seguro todas las civilizaciones extrañas u hostiles a su alma…”
[…]
“A ninguna de las mujeres del aduar se le ocurría preguntarle si estaba contenta con aquel matrimonio. La daban a El-Aúr, como la hubieran podido dar a cualquier otro musulmán. Eso entraba dentro del orden de las cosas, y no había ninguna razón para estar exageradamente contenta, ni tampoco para desconsolarse.”
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“En la frente, justo en el centro, llevaba dibujada en color azul la cruz beréber, símbolo desconocido e inexplicable en aquellos pueblos autóctonos, que nunca fueron cristianos y a los que el Islam cogió totalmente salvajes y fetichistas, para su gran floración de fe y esperanza.”
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“Permanecieron así mucho rato, silenciosos, separados ya por todo un abismo, por todas esas cosas europeas que dominaban tiránicamente la vida de Jacques y que Yasmina no comprendería nunca…”