Despojada y desnuda: identidad, cuerpo y matrimonio en una pintura del siglo XV
Ensayo
por Patricia Zalamea
Despojada de sus vestidos y enteramente desnuda, una mujer se enfrenta a las miradas de su padre, su futuro esposo, seis mujeres y seis hombres. La escena pareciera evocar un arquetipo recurrente en nuestros sueños: la imagen de nuestra propia desnudez –indeseada e imprevista—en público. En realidad, esta imagen se encuentra en una pintura florentina del siglo XV que representa una ceremonia de matrimonio: se reconoce por el intercambio convencional de anillos y de promesas correspondientes a las costumbres de la élite de su época. Sin embargo, la desnudez de la protagonista rompe con la iconografía tradicional del matrimonio, insinuando así que el episodio no corresponde a una situación convencional de su tiempo. De hecho, la imagen de la mujer desnuda en medio de la ceremonia matrimonial hace referencia a Griselda, la protagonista de la décima historia del décimo día de El Decamerón de Boccaccio, escrito a mediados del siglo XIV. La historia de Griselda no solo fue contada por Boccaccio —de hecho ha sido traducida a 22 lenguas, con más de 120 adaptaciones en prosa, drama y poesía— pero esta pintura italiana fue seguramente inspirada por su versión. La escena ilustra el momento en el que Griselda, una joven campesina, es tomada de la mano por su futuro marido (un conde que se enamoró de ella a primera vista) y desnudada por él frente a un grupo de personas.
El significado de la desnudez de Griselda no es simplemente un detalle fortuito. Fundamental para su identidad y parte de una secuencia más extensa de vestires y desvestires, la exposición de su cuerpo es un eje recurrente en la narrativa y de sus distintas versiones, tanto escritas como pintadas. Los cambios de traje a los que se ve sometida Griselda una y otra vez han sido interpretados en diversas ocasiones como una transformación de su identidad: de mujer joven e inexperta a una mujer casada y con hijos, aunque luego nuevamente despojada de sus vestidos, desnudada y enviada de vuelta a la casa de su padre. Sus intérpretes suelen enfatizar las múltiples instancias en las que se le quitan y ponen sus ropajes, pero qué sucede si pensamos en su desnudez como traje, así como lo planteaba Larissa Bonfante en sus estudios sobre el desnudo en el arte grecorromano. Tanto el cuerpo como los vestidos de Griselda juegan un rol significativo a la hora de darle forma a su identidad, una identidad que, como argumentaré en este breve análisis, se desarrolla esencialmente frente a un público que la observa.
En la sociedad altamente ritualizada de la Europa medieval tardía, el traje era visto como una expresión importante de la identidad. Ante ojos modernos, si bien se afirma que el estilo revela nuestra identidad, por lo general se presume que el traje es simplemente una expresión externa de quienes somos. En ese entonces, los cuerpos no pertenecían a la esfera privada, separados del mundo externo. Las fronteras entre cuerpos eran menos definidas que ahora, y los límites entre la identidad pública y privada eran más difusos y generalizados. El otro lado de esta historia es entender la desnudez de Griselda como una forma de poder: en cada ocasión en que es desnudada o se desnuda a sí misma como un gesto de rebeldía (así sucede en una de las últimas escenas de la historia) demuestra que su fuerza interior va más allá de los ropajes (y las miradas externas) que otros le arrojan encima.
La primera instancia en la que se desviste a Griselda tiene lugar antes de la ceremonia matrimonial, de una forma abrupta. Es luego vestida nuevamente con ropas exquisitas y costosas por orden de Gualtieri, el marqués y futuro marido. Una vez que Griselda asume su rol como esposa en su nuevo palacio, las personas que la conocían de antes casi no la reconocían; en pocas palabras, había cambiado de estatus. El buen juicio de Gualtieri fue resaltado por su gente: por descubrir la “virtud escondida bajo paños pobres y vestidos feos”. Es decir, Gualtieri había sido capaz de ver más allá de las apariencias, sugiriendo así la existencia de una identidad interna que sobrevive a la forma meramente externa. Sin embargo, pasado el tiempo, un buen día el marido decide poner a Griselda frente a una prueba cruel, haciéndole creer que sus hijos debían ser sacrificados porque sus súbditos estaban insatisfechos con sus orígenes humildes. El episodio termina en que el marido la destierra y la manda de vuelta a la casa de su padre, despojada de todo lo que había recibido en el matrimonio.
Como le sucedería a una viuda de la época, a Griselda se le permite llevar su dote de vuelta. Pero en realidad Griselda, a diferencia de las mujeres de la élite, no tenía realmente una dote, como se lo señala a su marido: “si usted considera honesto que el cuerpo en el que traje los hijos generados por usted sea visto por todos, me iré desnuda; pero le ruego, como premio a la virginidad que ya no tengo, que por lo menos una camisa sobre mi dote pueda yo llevar”. Aquí, en uno de los diálogos más extensos y significativos de Griselda, ella enfatiza su desnudez original, su virginidad y su vientre. La dote era, su virginidad, así como lo ha señalado Kristine Gilmartin. El estudio de las prácticas rituales matrimoniales subraya las similitudes y las diferencias en el caso de Griselda. El suyo no se corresponde con el matrimonio como acontecimiento estabilizador, por razones económicas y políticas; en su caso particular, rompe las reglas del matrimonio entre las mismas clases sociales. Pero la boda de Griselda es coherente con los matrimonios tradicionales de la época en muchos otros aspectos.
Recordemos que la primera vez que Griselda se desnudó en público fue por orden del marido; ahora, es ella quien toma la decisión. La primera ocasión puede compararse con un renacer, una preparación para una nueva vida —a la manera de un san Francisco, que deja sus hábitos para empezar de nuevo. Pero a diferencia de los santos que se quitan su ropa para empezar una vida más simple, la nueva vida de Griselda empieza con ropas costosas. En su segundo desvestir, su identidad interna queda preservada frente a los ojos de su público, un grupo que la acompaña tristemente de regreso a la casa de su padre. La forma en que Griselda misma se desviste evoca la imagen de aidos, en la literatura griega, un gesto que buscaba una respuesta compasiva; las mujeres se desvestían en los juicios para pedir clemencia, por ejemplo. Significativamente, el aidos estaba conectado con los sentimientos de cómo quería uno ser visto: implicaba modestia, discreción y respeto. Así, en Griselda, el revelar su propia desnudez puede interpretarse como una señal de aidos y de respeto, más que de fragilidad y humillación como ha sido generalmente interpretado.
Al regresar a la casa de su padre, vuelve a vestirse con su ropa vieja, pero el desenlace final de la historia la muestra nuevamente con un vestuario suntuoso, pues ha sido reincorporada a la corte, después de que su marido le hubiera revelado que todo había sido un engaño para poner a prueba su lealtad y paciencia. Cada una de estas instancias recibe un tratamiento ligeramente distinto por parte de sus intérpretes; sin embargo, permanece un elemento central reiterado que resulta significativo. Es decir, la ropa es una instancia para la transformación, si bien no es su fuente. Efectivamente, los cambios de habito de Griselda marcan los giros en la historia y señalan una transformación de su identidad, una que puede observarse en sus propias acciones y en el reconocimiento que hacen los demás de ella.
Así como la historia de Griselda fue relatada una y otra vez en distintas variantes literarias, su imagen quedó grabada en pinturas como esta, cuya función, paradójicamente, era decorar los baúles en los que se transportaba la dote de las mujeres recién casadas de la casa de los padres a la casa del marido en la Italia del siglo XV. Estos muebles se exhibían públicamente en las procesiones que celebraban el matrimonio. En esta imagen, en la que solo alcanzamos a ver la primera parte de la historia de Griselda, queda insinuado lo que sigue. Es posible imaginar que las espectadores de la época pudieran compartir esta interpretación de la fuerza interna y de la reivindicación final de Griselda, no solo en términos de las expectativas de quienes la rodeaban —padre, marido, cortesanos— sino por su capacidad de apropiarse de su propio cuerpo como un gesto de aidos?
La desnudez es uno de los tabús más grandes de Occidente. En un sueño común para muchos, nos encontramos repentina e incómodamente desnudos en público. Nuestros cuerpos completamente expuestos, con nuestra auto consciencia elevada, quedamos expuestos frente a los ojos de otros. La incomodidad que se siente en un momento así forma parte de una larga tradición, en la que el cuerpo y sus acciones se definen por expectativas externas, que funcionan como un espejo para la definición de nuestra propia imagen. La desnudez de Griselda, cuyo cuerpo es expuesto a la mirada de otros, puede entenderse a la luz de este momento arquetípico que se repite a través del tiempo y en diversas culturas. En estos casos, la desnudez se convierte en el traje que vestimos; es lo que nos traduce frente a los ojos de los demás. Entender la desnudez de Griselda como traje en el contexto de sus múltiples cambios de hábitos resulta fundamental para comprender la relevancia de su figura para comprender que la identidad es indisociable de la performatividad.