¿Por qué la elección?

La trama es simple: Dogville es un territorio árido, un pueblo semi abandonado, rodeado de montañas rocosas. El contexto es la recesión de los años treinta en Estados Unidos. En Dogville viven unas pocas decenas de personas que encajan perfectamente en los roles típicos de una comunidad tradicional. Parecen habitar la contradicción de estar profundamente aislados pero completamente inmiscuidos en las vidas y por menores de sus vecinos. La presunta paz de este pequeño pueblo se verá prontamente interrumpida por la aparición de Grace, una hermosa mujer que se está escapando de la mafia buscando asilo. Gracias a la presencia del filósofo y orador del pueblo, luego de una asamblea, deciden darle la oportunidad de quedarse por un período de dos semanas en el que deberá demostrar, a través de asistencia y tareas, que merece ser aceptada e integrada a la comunidad.

El artilugio cinematográfico de Dogville está compuesto por una voz en off y escenografía teatral. El mundo ficcional, que debe ser puesto en movimiento por vía de la imaginación, propaga el efecto de extrañamiento que exige que el espectador asuma un rol activo que reconstruya el relato. Este opera en cierto nivel como un observador omnisciente que es capaz de ver a través de las paredes sin diferenciar lo que sucede en el ámbito privado del ámbito público. Todos saben todo sobre todos pero ignoran lo que sucede tras bambalinas. La violencia sostenida a la que se encuentra sometida Grace en forma de ultrajes y encarcelamiento pasa desapercibida. El horror se escurre en la trampa de la meritocracia y la superioridad moral. La moral como bastión regulatorio que impone qué comportamientos son correctos e incorrectos acaba por desdibujar por completo los matices y las complejidades del psiquismo. No hay manera de hacer lo justo o lo correcto porque todo será sujeto a un juego perverso. La progresiva degradación que demuestran los personajes cubre de un manto de igualdad a quien está delante y detrás de la pistola.