
Cómo me hice monja, 1993
César Aira
Argentina
¿Por qué la elección?
Una de las novelas más conocidas del argentino César Aira (1949) lleva por título Cómo me hice monja y es sabido que se trata de una trampa, pues este relato desmedido narra cualquier cosa menos la anécdota de alguien que toma los hábitos. La literatura de Aira, sobre todo en sus primeros libros, aboga por el juego rabioso, el surrealismo, la libre asociación y la subversión formal, y por ello es difícil pensar que, al decidir que la voz de la novela sea la de un niño que se refiere a sí mismo en singular femenino, como una niña que se llama César Aira, el autor quiere proponer un relato que aborda explícitamente el “tema” de la identidad de género; pero tampoco se puede afirmar lo contrario. Sin duda, el relato se erige sobre la base de una metonimia: la crisis de identidad como crisis de representación, como imposibilidad de representar(se) cualquier cosa medianamente verosímil. La niña César Aira se confiesa siempre como una mentirosa compulsiva, como una engañadora y una artesana de ficciones; así pues, la novela discurre por las lindes de lo deliberadamente inexplicable.
Pero la conducta de la pequeña César (que muere a los seis años pero narra su corta vida en un idiolecto refinado) tiene una génesis, un hecho antes del cual no había nada y después modela su experiencia de lo real, a saber: la desaparición de la figura paterna en un episodio delirante (el padre es enviado a la cárcel por asesinar a un heladero) y, con ello, la pérdida de toda referencia de lo masculino; las únicas pistas sobre la vida de los adultos, sobre la “realidad”, le llegan a César por las mujeres (su madre, su enfermera, su maestra) y, a partir de allí, construye por identificación u oposición una personalidad que percibe siempre como un simulacro, pues ella se ve a sí misma como un agujero, una monstruosidad, un vacío. En la lectura, pues, la subversión formal del género se ofrece como experiencia límite de la crisis de identidad y alcanza una dimensión universal, radicalmente humana.
Ficha técnica
“Ésa era la sensación más repetida de mi vida, tanto que era mi vida misma, yo no tenía más vida que esa: oír una voz, entender las órdenes que me daba esa voz, querer obedecer, y no poder… Porque la realidad, que era el único campo en el que habría podido actuar, se separaba de mí a la velocidad de mi deseo de entrar en ella”
[…]
“Mi mamá era mi mejor amiga. Pero no por una elección que me definiera, ni por una elección de cualquier otro tipo, sino por necesidad. Estábamos solas, aisladas, ¿qué nos quedaba sino tenernos la una a la otra? En esos casos, la necesidad se hace virtud, y no es menos virtud por eso. Ni menos necesidad.”
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“Yo en cambio no tenía personalidad. Estaba dispuesta a pagar el precio, pero no se me ocurría cuál podía ser. Imitar a Arturito, además de ser materialmente imposible, no me habría servido de nada, pero no tenía otro modelo. Entonces renunciaba a imitarlo, renunciaba a tener personalidad, y adivinaba oscuramente que en la renuncia estaba mi única posibilidad de ser alguien. Llegué a angustiarme. Me miraba al espejo y no me encontraba un solo rasgo por el que se me pudiera reconocer. Era invisible. Era la niña-masa.”
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“Por lo pronto, yo reservaba mi interioridad, mientras él ponía la suya a la vista. Ocultar algo es tener algo que ocultar. Yo no lo tenía, pero ocultaba, asomaba al mundo como quien viene de enterrar un tesoro.”